¿Cuál es la contraseña para obtener todo el poder de Jesús?


Publicado en "Líder Juvenil"
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“¡En el nombre de Jesús reclamo…!” “¡Te ordeno en el nombre de Cristo…!”. Frases como esta parecen ser el símbolo de una iglesia triunfadora y llena de poder del Señor. Es como que si para acceder al poderío de Cristo deberíamos utilizar frases plenas de seguridad y hasta un poco de arrogancia, reflejando la autoridad que poseemos los hijos del Rey. Si hemos de ser honestos, todos en algún momento quisiéramos poseer esta capacidad para echar mano de la infinita potencia de Dios para transformar una indeseada y complicada realidad. En esta ocasión quisiera llevarte a evaluar, reconsiderar e incluso a desvirtuar varias de esas “claves secretas” comúnmente utilizadas para poner al alcance del creyente común el poder de Jesús.

El Nombre de Jesús
            Todos sabemos que el Nombre de Jesús es poderoso. Jesús mismo prometió que “en mi nombre echarán fuera demonios” y otros milagros. Es más, ¿quién no sabe que la oración debe hacerse “en el nombre de Jesús? ¿No es, entonces, el “nombre de Jesús” una contraseña segura para acceder al poder de Cristo? Considera las siguientes observaciones:
Primero, en la cultura judía, el “nombre” era más que solo una manera de llamar a las personas. El nombre significaba la persona misma. Así, por ejemplo, cuando el Antiguo Testamento nos llama a “bendecir el nombre de Jehová” (Sal. 96:2), a “invocar su nombre” (Sal. 116:4) o a “engrandecer el nombre de Jehová” (1 Cr. 17:24), simplemente nos está invitando a hacer esas actividades con Dios mismo; no con su “nombre”. En otras palabras, invocar el “nombre del Señor” significa, sencillamente, invocar al Señor y “engrandecer su nombre”, significa engrandecerlo a Él.
Segundo, cuando Jesús afirmó que había que orar “en su nombre” (Jn. 14:14; 16:24) o que los creyentes “en mi nombre echarán fuera demonios” o incluso, cuando el Nuevo Testamento dice que “en el nombre de Jesús se doble toda rodilla” (Fil 2:10), lo hace pensando en la persona de Jesús mismo y no tanto en las cinco letras (J-E-S-U-S) de su nombre. Así, entonces, orar “en el nombre de Jesús” no significa solo repetir el nombre como una especie de rezo mágico que va a desatar las bendiciones de lo alto. Significa orar sabiendo que somos representantes de Aquel que es digno de toda honra. Es como orar como que si Jesús mismo estuviera orando. Asimismo, cuando toda rodilla se doble ante el nombre de Jesús, no significa que se arrodillarán ante un gigantesco cartel que en letras luminosas anuncie un nombre, sino que todas las criaturas del universo reconocerán la majestad y superioridad de la persona de Jesús. Quiere decir, entonces, que el nombre de Jesús no es una contraseña para acceder a su poder, sino que representa al mismo Salvador y Señor.

La sangre de Jesús
             Una frase muy popular en las iglesias de hoy, sobre todo en medio de tanta inseguridad, es “que la sangre de Cristo nos cubra”. La sangre de Cristo es una de las “contraseñas” más habituales, y supuestamente más efectivas, para acceder al poder del Señor. Sin embargo, considera lo siguiente:
            Primero, la sangre de Jesús es sangre regular como la de cualquier ser humano. “¿Cómo puedes decir eso?”, quizá dirían algunos de ustedes. Pues sí. Si no fuera sangre común y corriente, entonces el sacrificio de Jesús no hubiese sido el de un auténtico ser humano y, según Anselmo, el famoso teólogo medieval, no sería posible aplicar los méritos de ese sacrificio a seres humanos. Si de alguna manera obtuviéramos un poco de sangre auténtica de Cristo, no tendríamos una fuente de poder mágico. Simplemente sería sangre humana. El poder de la sangre de Cristo (Heb. 9:14; 1 Jn. 1:7) no está en la sangre como elemento físico.
            Segundo, cuando la Biblia habla de la sangre de Jesús está usando una figura literaria que se llama “metonimia”, que consiste en referirse al material de lo que está hecho algo para referirse a ese algo. Por ejemplo, cuando decimos que “el púlpito evangélico debe mejorar” no estamos pensando en el púlpito como mueble físico de madera o vidrio, sino a la predicación en las iglesias locales. De la misma forma, “la sangre de Cristo” en realidad se refiere a la muerte sacrificial de Jesús. Cuando el Nuevo Testamento dice que la sangre de Cristo nos justifica (Rom. 5:9), nos purificará (Heb. 9:14), que nos da acceso al Padre (Heb. 10:19) o que nos limpia de todo pecado (1 Jn. 1:7) se refiere al poder purificador y redentor de la obra espiritual efectuada cuando Jesús murió en la cruz por nosotros. En este sentido, no se puede acceder a los méritos del sacrificio de Jesús repitiendo “la sangre de Jesús nos cubra” o algo así, como si fuera una frase cabalística como “abracadabra”. Por lo tanto, podemos decir que ésta tampoco es una contraseña secreta para desatar el poder del Señor.

Los medios verdaderos
            Técnicamente, no hay “contraseñas” o claves secretas para alcanzar el poder de Cristo. La Biblia habla acerca de al menos cuatro hechos acerca del poder divino:
Primero, el poder es de Dios y no está a la venta o en subasta y no es sujeto de manipulación al antojo de nadie. Solo Él es digno “de recibir la gloria, la honra y el poder” (Ap. 4:11) y su poder es infinito (Sal. 89:8). Simón el mago quiso comprar parte de ese poder y Pedro le respondió “que tu dinero perezca contigo”.
Segundo, a la vez, la Palabra de Dios afirma que Dios ha decidido compartir parte de su poder. Por ejemplo, el evangelio –las buenas nuevas de salvación– es poder de Dios (Rom. 1:16) y Dios, usando distintos medios, capacitó con poder a Sansón y otros líderes para hacer portentos y hacer cumplir la Voluntad Soberana del Señor. A la vez, los cristianos hemos recibido poder para testificar a todas las naciones acerca de Jesús y la salvación (Hch. 1:8).
Tercero, el poder de Jesús no fue compartido con nosotros para hiciéramos una especie de circo mediático espectacular y sobrenatural. Aunque nuestro Dios sigue haciendo milagros y maravillas, la Biblia dice que ese poder nos acompaña: 1) Para predicar y autenticar el evangelio (Hch. 1:8; 4:3; Rom. 15:19); 2) Para vivir fortalecidos en la santidad (Col. 1:10-11); 3) Para soportar los sufrimientos y dificultades (Fil. 4:13; 2 Cor. 12:9; Fil. 3:10).
Cuarto, en último caso, la forma adecuada de recibir el poder de Jesús es poniendo  nuestra fe y confianza en el sacrificio de Jesús y depender de los méritos de esa obra redentora a nuestro favor. Este acto se efectúa de manera decisiva en el momento de la salvación, pero debe ser experimentado también en el día a día del creyente. Por eso, en lugar de buscar claves secretas para obtener el poder del Señor, celebra que el poder de su sangre (es decir, su sacrificio) y de su Nombre (es decir, la persona de Jesús) ya están en tu vida, si eres un hijo de Dios. Luego, comienza a experimentar ese poder a través de tu testimonio de Cristo a otras personas, de identificar la bondad y la gracia del Señor en tu vida cotidiana y de depender del Señor a la hora de tomar decisiones diarias, pequeñas o grandes. ¡Así accederás al infinito poder del Señor!

¡El pueblo de Dios enfrentado con Dios! (Miqueas capítulo 2)

Publicado en "El Encuentro con Dios"
Unión Bíblica

¿Pueblo de Dios enemigo de Dios? Parece una falsedad o al menos una exageración. Es que cada vez es más común entre los cristianos de hoy pensar que por ser hijos de Dios, el éxito es seguro en todo momento. Sin embargo, el pasaje de este día describe las condiciones en las que el pueblo de Dios se coloca a sí mismo como auténtico adversario del Señor.
            Miqueas es muy específico en cuanto a la naturaleza de los pecados del pueblo. Tanto, que parece que estas palabras provienen de algún noticiero de nuestros países. La codicia, la corrupción, la violencia, el latifundio y la opresión contra los pobres y desposeídos son parte de una vergonzosa galería de impiedades que ocurrían en el seno de “mi pueblo”. La verdad es que, muchas veces, estos pecados son percibidos solo como consecuencia natural del sistema económico o político en que se vive. Otras veces se exhorta a los creyentes a callar o ser indiferentes frente a esta “realidad inevitable de la vida”. Sin embargo, el mensaje del profeta es explícito en el sentido de que, así como estos malvados “piensan” y planean cómo aprovecharse del prójimo (v. 1), así el Señor de los cielos “piensa” y planea cómo será el castigo terrible por los abusos contra sus hermanos (v. 3). El castigo será tan ejemplar que las futuras generaciones se burlarán de ellos por haberse enfrentado al Poderoso Dios (v. 4). La sentencia es terrible, pero justa.
La reacción de muchos es casi igualmente vergonzosa como los pecados mismos. Dicen que si son parte del pueblo escogido, Dios no puede estar en su contra (v. 7). A pesar de ello, el Señor mismo afirma que ellos se han colocado como sus enemigos (v. 8). Sus falsos profetas, que predican lo que a ellos les gusta no los salvarán. ¡Qué terrible! ¡El pueblo escogido de Dios se porta como enemigo! Dios traerá restauración en un día glorioso, pero después de pasar por el justo castigo del Señor. ¡Solo algunos se librarán de ese terrible juicio divino! ¡Qué horror es verse enfrentado a Dios por la codicia!
Aplica
¿Cómo tratas a los más pobres que tú? ¿Eres culpable de estos terribles pecados en contra del prójimo? ¿Debes arrepentirte de estos u otros pecados?

Señor, prometo que mi caminar contigo será evidente en mis relaciones de justicia y misericordia para con el prójimo. Así mostraré que soy parte de tus fieles.

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