A José Osmán Perdomo (Mi padre)



        La familia fue su satisfacción. La obra de Dios fue su orgullo. Las letras fueron sus compañeras. Las inquietudes juveniles fueron su motivación. La academia fue su hábitat. La educación fue su vida. A golpe de trabajo y utilizando siempre las herramientas de la honestidad, la excelencia y la rectitud, mi padre edificó un sólido legado en nuestra familia, en la iglesia y en la sociedad de San Pedro Sula, Honduras.
       Mi madre y nosotros, sus hijos, damos testimonio de la ejemplar responsabilidad que él siempre manifestó en todos los asuntos familiares. Era como que si enseñarnos a transitar por el rumbo correcto fuera, como siempre debe ser, una de sus más grandes misiones en la vida. En esa cruzada por lo justo muchos familiares fuimos estimulados a seguir adelante; a buscar las mejores sendas y a no desmayar en la búsqueda de la misma satisfacción que él había alcanzado. A la vez, esa preocupación por hacer lo recto se unía apropiadamente a una ingenua dicha cuando se trataba de pasar tiempo juntos. Entonces asomaban alegres las innumerables historias, los recuerdos y las opiniones sobre diversos temas, las cuales no eran más que una excusa para prolongar lo más posible la placentera compañía familiar. Era como que si esos momentos fueran un refrescante oasis en medio de la interminable lucha por la integridad personal y familiar.
      Uno de los orgullos de mi padre era el colocar en su hoja de vida las innumerables conferencias bíblicas y predicaciones que tejió en el vetusto telar del tiempo. Su espíritu investigativo lo llevó a producir bosquejos y estudios de exactitud académica, mientras que su espíritu literario lo llevó a componer, cual músico de las letras, poemas, oraciones y reflexiones basadas en el Libro de los libros y en su propia experiencia con el Señor del Universo. Varias congregaciones cosecharon los frutos de la mente lúcida y llena de ideas claras y sólidas, así como de una disposición para el servicio, sobre todo si se trataba de educación.
      El Español como materia académica y el Español como hermosa herramienta de comunicación siempre fueron compañeros inseparables de mi padre. A través de su amplia trayectoria docente mostró un notable respeto por el buen hablar y el buen escribir. Sus muchos estudiantes fueron testigos del íntimo aprecio que él tenía por las palabras bien empleadas y los pensamientos expresados de manera hermosa y a la vez exacta. Estoy seguro que ahora, en la presencia gloriosa de Jesucristo, él está descubriendo miles de maneras novedosas y creativas de expresar las glorias y méritos de su Redentor.
      Las mentes jóvenes siempre fueron un motor que impulsaba su actuar y marcaba el rumbo de su actividad profesional. "Estar en contacto con las inquietudes de los jóvenes me rejuvenece, estimula mis pensamientos y me abre nuevos horizontes", dijo en más de una ocasión. Este deleite por la formación de vidas y el desarrollo de sus capacidades lo llevó a permanecer todo lo que pudo dentro de las aulas, escuchando las inexpertas, pero inquietas voces de las nuevas generaciones y desafiándolas a crecer en excelencia y en madurez, llamando a sus estudiantes por nombre y estableciendo amistades que muchas veces no se limitaban a los centros de estudio. Con razón, sus estudiantes afirman que "ya no hay maestros así"... Tienen razón.




      La ciudad de San Pedro Sula y su querida Universidad se llenaron de pesar al conocer la noticia de su partida para estar con Jesús. Ambas le habían abierto sus puertas para que sembrara en ellas las semillas del saber, de la honestidad y de la excelencia. Ambas lo habían honrado en vida; como debe ser. Nosotros, su familia, estamos agradecidos por el aprecio, el respeto y el cariño mostrado hacia él y nosotros.

      Y en esta hora de tristeza, mezclada con un sobrio consuelo, también celebramos la vida de mi querido padre y le cantamos loores al Creador, al Redentor y al Consolador; el único y sabio Dios, quien le enseñó a mi padre lo que es el Amor, la salvación y la esperanza y quien le dio a él el privilegio de enseñarnos esos valores eternos. Buscaremos vivir bajo estos surcos labrados con el arado de la rectitud y la bondad. Algún día estaremos juntos otra vez honrando por siempre a Aquel que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.

 

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