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COVID-19: Una crisis complicada (Libro)

Unos días después de iniciada la emergencia por el nuevo coronavirus en el mundo, los hermanos del Seminario Bíblico Centroamericano de Honduras le encargaron a este servidor escribir un documento que presentara una perspectiva teológica de la crisis. El propósito principal era que se convirtiera en una herramienta de consulta y orientación para pastores y líderes de las iglesias. Conforme se avanzó en el proyecto, se vio que podría ser de utilidad para otros hermanos en la fe y para personas interesadas en conocer el punto de vista cristiano, proveniente de la Escritura acerca de esta inesperada situación mundial.

Al terminar el documento y comenzar a compartirlo, el pastor y amigo personal, Abner Mejía, tuvo la idea de convertirlo en un pequeño libro para que fuera más fácil su lectura y su acceso a más personas. Como dice en la introducción de la pequeña obra, la intención es que sea un punto de partida para el diálogo fructífero que lleve a un mejor pensamiento sobre el tema, así como el inicio de proyectos que exalten al Señor y ayuden a muchas personas en necesidad durante este tiempo de crisis. Agradezco a las personas que, amablemente, colaboraron en la confección de este librito.

Aquí dejo el libro en su totalidad en un formato que se puede leer.



¿Cuál es la contraseña para obtener todo el poder de Jesús?


Publicado en "Líder Juvenil"
www.liderjuvenil.com

“¡En el nombre de Jesús reclamo…!” “¡Te ordeno en el nombre de Cristo…!”. Frases como esta parecen ser el símbolo de una iglesia triunfadora y llena de poder del Señor. Es como que si para acceder al poderío de Cristo deberíamos utilizar frases plenas de seguridad y hasta un poco de arrogancia, reflejando la autoridad que poseemos los hijos del Rey. Si hemos de ser honestos, todos en algún momento quisiéramos poseer esta capacidad para echar mano de la infinita potencia de Dios para transformar una indeseada y complicada realidad. En esta ocasión quisiera llevarte a evaluar, reconsiderar e incluso a desvirtuar varias de esas “claves secretas” comúnmente utilizadas para poner al alcance del creyente común el poder de Jesús.

El Nombre de Jesús
            Todos sabemos que el Nombre de Jesús es poderoso. Jesús mismo prometió que “en mi nombre echarán fuera demonios” y otros milagros. Es más, ¿quién no sabe que la oración debe hacerse “en el nombre de Jesús? ¿No es, entonces, el “nombre de Jesús” una contraseña segura para acceder al poder de Cristo? Considera las siguientes observaciones:
Primero, en la cultura judía, el “nombre” era más que solo una manera de llamar a las personas. El nombre significaba la persona misma. Así, por ejemplo, cuando el Antiguo Testamento nos llama a “bendecir el nombre de Jehová” (Sal. 96:2), a “invocar su nombre” (Sal. 116:4) o a “engrandecer el nombre de Jehová” (1 Cr. 17:24), simplemente nos está invitando a hacer esas actividades con Dios mismo; no con su “nombre”. En otras palabras, invocar el “nombre del Señor” significa, sencillamente, invocar al Señor y “engrandecer su nombre”, significa engrandecerlo a Él.
Segundo, cuando Jesús afirmó que había que orar “en su nombre” (Jn. 14:14; 16:24) o que los creyentes “en mi nombre echarán fuera demonios” o incluso, cuando el Nuevo Testamento dice que “en el nombre de Jesús se doble toda rodilla” (Fil 2:10), lo hace pensando en la persona de Jesús mismo y no tanto en las cinco letras (J-E-S-U-S) de su nombre. Así, entonces, orar “en el nombre de Jesús” no significa solo repetir el nombre como una especie de rezo mágico que va a desatar las bendiciones de lo alto. Significa orar sabiendo que somos representantes de Aquel que es digno de toda honra. Es como orar como que si Jesús mismo estuviera orando. Asimismo, cuando toda rodilla se doble ante el nombre de Jesús, no significa que se arrodillarán ante un gigantesco cartel que en letras luminosas anuncie un nombre, sino que todas las criaturas del universo reconocerán la majestad y superioridad de la persona de Jesús. Quiere decir, entonces, que el nombre de Jesús no es una contraseña para acceder a su poder, sino que representa al mismo Salvador y Señor.

La sangre de Jesús
             Una frase muy popular en las iglesias de hoy, sobre todo en medio de tanta inseguridad, es “que la sangre de Cristo nos cubra”. La sangre de Cristo es una de las “contraseñas” más habituales, y supuestamente más efectivas, para acceder al poder del Señor. Sin embargo, considera lo siguiente:
            Primero, la sangre de Jesús es sangre regular como la de cualquier ser humano. “¿Cómo puedes decir eso?”, quizá dirían algunos de ustedes. Pues sí. Si no fuera sangre común y corriente, entonces el sacrificio de Jesús no hubiese sido el de un auténtico ser humano y, según Anselmo, el famoso teólogo medieval, no sería posible aplicar los méritos de ese sacrificio a seres humanos. Si de alguna manera obtuviéramos un poco de sangre auténtica de Cristo, no tendríamos una fuente de poder mágico. Simplemente sería sangre humana. El poder de la sangre de Cristo (Heb. 9:14; 1 Jn. 1:7) no está en la sangre como elemento físico.
            Segundo, cuando la Biblia habla de la sangre de Jesús está usando una figura literaria que se llama “metonimia”, que consiste en referirse al material de lo que está hecho algo para referirse a ese algo. Por ejemplo, cuando decimos que “el púlpito evangélico debe mejorar” no estamos pensando en el púlpito como mueble físico de madera o vidrio, sino a la predicación en las iglesias locales. De la misma forma, “la sangre de Cristo” en realidad se refiere a la muerte sacrificial de Jesús. Cuando el Nuevo Testamento dice que la sangre de Cristo nos justifica (Rom. 5:9), nos purificará (Heb. 9:14), que nos da acceso al Padre (Heb. 10:19) o que nos limpia de todo pecado (1 Jn. 1:7) se refiere al poder purificador y redentor de la obra espiritual efectuada cuando Jesús murió en la cruz por nosotros. En este sentido, no se puede acceder a los méritos del sacrificio de Jesús repitiendo “la sangre de Jesús nos cubra” o algo así, como si fuera una frase cabalística como “abracadabra”. Por lo tanto, podemos decir que ésta tampoco es una contraseña secreta para desatar el poder del Señor.

Los medios verdaderos
            Técnicamente, no hay “contraseñas” o claves secretas para alcanzar el poder de Cristo. La Biblia habla acerca de al menos cuatro hechos acerca del poder divino:
Primero, el poder es de Dios y no está a la venta o en subasta y no es sujeto de manipulación al antojo de nadie. Solo Él es digno “de recibir la gloria, la honra y el poder” (Ap. 4:11) y su poder es infinito (Sal. 89:8). Simón el mago quiso comprar parte de ese poder y Pedro le respondió “que tu dinero perezca contigo”.
Segundo, a la vez, la Palabra de Dios afirma que Dios ha decidido compartir parte de su poder. Por ejemplo, el evangelio –las buenas nuevas de salvación– es poder de Dios (Rom. 1:16) y Dios, usando distintos medios, capacitó con poder a Sansón y otros líderes para hacer portentos y hacer cumplir la Voluntad Soberana del Señor. A la vez, los cristianos hemos recibido poder para testificar a todas las naciones acerca de Jesús y la salvación (Hch. 1:8).
Tercero, el poder de Jesús no fue compartido con nosotros para hiciéramos una especie de circo mediático espectacular y sobrenatural. Aunque nuestro Dios sigue haciendo milagros y maravillas, la Biblia dice que ese poder nos acompaña: 1) Para predicar y autenticar el evangelio (Hch. 1:8; 4:3; Rom. 15:19); 2) Para vivir fortalecidos en la santidad (Col. 1:10-11); 3) Para soportar los sufrimientos y dificultades (Fil. 4:13; 2 Cor. 12:9; Fil. 3:10).
Cuarto, en último caso, la forma adecuada de recibir el poder de Jesús es poniendo  nuestra fe y confianza en el sacrificio de Jesús y depender de los méritos de esa obra redentora a nuestro favor. Este acto se efectúa de manera decisiva en el momento de la salvación, pero debe ser experimentado también en el día a día del creyente. Por eso, en lugar de buscar claves secretas para obtener el poder del Señor, celebra que el poder de su sangre (es decir, su sacrificio) y de su Nombre (es decir, la persona de Jesús) ya están en tu vida, si eres un hijo de Dios. Luego, comienza a experimentar ese poder a través de tu testimonio de Cristo a otras personas, de identificar la bondad y la gracia del Señor en tu vida cotidiana y de depender del Señor a la hora de tomar decisiones diarias, pequeñas o grandes. ¡Así accederás al infinito poder del Señor!

No caigamos en las redes del institucionalismo

Sin duda, esta época posmoderna, en combinación con el capitalismo globalizado, es testigo de una consolidación casi universal de las organizaciones agresivas y competitivas, a la vez del notorio debilitamiento y aun desaparición de aquellas que no se ajustan a las exigencias del mercado en el que se encuentran.

Cuando una iglesia local crece, sus autoridades tienen más poder que antes y el éxito visible comienza a ser evidente. Puede llegar a pensarse que ese crecimiento, poder y éxito es la meta de esa iglesia. De hecho, el crecimiento de la iglesia se ha convertido en una de las “industrias” más exitosas y de mayor demanda dentro del “mercado cristiano”. Muchas iglesias, al menos en la práctica, han convertido su imagen corporativa y su éxito tangible y numérico en la meta teológica de su vida y su ministerio.

El fenómeno que sufren estas congregaciones se llama “institucionalismo” y es el responsable de la pérdida de visión de muchas iglesias. El institucionalismo es la tendencia de las instituciones sociales de “volverse rígidas, por conservar la forma exterior (sic), perdiendo el sentido de los valores que la han motivado” (Fernando Bastos de Ávila, “Institución”, Pequeña enciclopedia de la doctrina social de la Iglesia, trad. Augusto Aimar, Bogotá: Ediciones San Pablo, 1994: 342).

Cuando la iglesia adopta esta filosofía institucionalista, las señales no siempre son claras, pero sí reales. PRIMERO: La importancia de las personas se comienza a medir con base en la grandeza o el éxito de la iglesia. Muchas veces cuando un líder se presenta por nombre y después dice en cuál iglesia está trabajando, recibe una segunda mirada de admiración, respeto o condolencia, dependiendo del nombre y la fama de la iglesia mencionada. También se invita a potenciales miembros o líderes a “unirse a algo más grande que tú”, haciendo siempre énfasis en la grandeza de la institución-iglesia como lo valioso, en lugar de las personas que la forman. En este sentido, la actitud es que el prestigio de la organización engrandece a las personas, y no que las personas hacen grande a la organización.

SEGUNDO: Una de las grandes metas del trabajo de la institución-iglesia llega a ser mantener a toda costa su buena imagen, incluso en perjuicio del bienestar o cuidado pastoral de las personas. Es como cuando otras instituciones que utilizan alguna clase de uniforme (como por ejemplo, centros educativos) exigen buena conducta de sus miembros “por el buen nombre del centro que representa el uniforme”. Se dan casos de autoridades institucionales que llegan a decir: “Está bien que lo hagan, pero es inadmisible que sea dentro de los muros de la institución o usando el uniforme que nos representa”.

Tres ejemplos o implicaciones de esta idea filosófica en la iglesia se pueden mencionar. En primer lugar, cuando se castiga o disciplina a alguien, muchas veces se hace para proteger el buen nombre de la institución o para evitar los malos comentarios que pueden hacer los inconversos, olvidando que la filosofía ministerial de la iglesia no deben establecerla los inconversos, sino la Escritura, la cual refleja el amor de Dios hacia las personas. En segundo lugar, los trabajadores asalariados y voluntarios son presionados a sacrificarse para que la institución crezca y se desarrolle saludable en el mercado. Así, es común ver iglesias con ambiciosos proyectos de construcción o de compra de tecnología o música, pero que “no les alcanza” para pagar un salario digno a sus pastores, a los cuales se les estimula a “vivir por fe”, como “todo buen siervo” del Señor. En tercer lugar, y relacionado con lo anterior, a menudo se observa negligencia en cuanto a la preparación y capacitación de los líderes y, a la vez, un esfuerzo cada vez mayor en la inversión dedicada a edificios, adornos y otras señales visibles y externas de grandeza organizacional.

TERCERO: Con esta filosofía los medios fácilmente se convierten en la meta. Así, el desarrollo excelente de los programas es visto como el objetivo, aun si las personas no llegan a comprender los “misterios” que se están llevando a cabo ante sus ojos. Muchas iglesias buscan adquirir emisoras de radio, equipos de sonido, proyectores digitales o instrumentos musicales sofisticados, no como medios para educar y formar personas, sino como fines en sí. Por eso, una de las maneras en que estas iglesias atraen personas es impresionando al público con espectáculos cada vez más sofisticados, edificios cada vez más complejos y programas más profesionalmente llevados a cabo. En el fondo existe la idea que de esta manera el ministerio de la iglesia será engrandecido y “globalizado”, de acuerdo a los criterios de la cultura capitalista actual.

Como se puede ver, es muy fácil adoptar el éxito de la institución como la gran meta, explícita o implícita. La tentación de pensar que “las personas son pasajeras, pero las instituciones permanecen” y adoptar esta idea como filosofía está presente en todas las iglesias e instituciones cristianas. Es muy fácil olvidar que el Señor Jesús no murió por instituciones, ni siquiera por la iglesia, vista como institución. Luchemos para que la iglesia no adquiera la identidad de una empresa con motivaciones egoístas, alejada de la gracia y la misericordia hacia las personas y enfocada en su propio crecimiento y prosperidad. Es necesario recordar siempre la palabra fiel: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Ti. 1:15).

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